25 jul 2010

Buenos Aires.-

Investigación histórica con documentos y fotografías inéditas

La milicia sanitaria de Eva Perón, una historia silenciada por la intolerancia
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Publicado el 25 de Julio de 2010
Por Cynthia Ottaviano
Hace 62 años nacía la Escuela de Enfermeras. Tuvo 858 egresadas y 430 especialistas. Estudiaban manejo, Anatomía y Doctrina Peronista. Su competencia contra la Cruz Roja y el intento del golpe del ’55 por borrarlo todo.
Tenían el día organizado “para cultivar el espíritu, la mente y las condiciones físicas”. Se despertaban al alba, hacían gimnasia, se duchaban y tomaban clases teóricas. Incluían Anatomía, Fisiología y también Doctrina Peronista. Almorzaban “respondiendo a un régimen alimentario científico”. Volvían a hacer deporte y se retiraban a limpiar su cuarto, “bajo el más estricto aseo”, sus tres uniformes reglamentarios, y su alma: “antes del sueño reparador” debían realizar “un examen de conciencia, preguntándose qué han hecho para la felicidad de la comunidad y de la patria”. No podían mentir. Estas eran algunas de las normas que cumplieron las mujeres, de entre 16 y 21 años, que se sumaron a la Escuela de Enfermeras de la Fundación Eva Perón. Esta verdadera milicia sanitaria fue creada a principios de 1948 y llegó a formar 858 enfermeras y 430 especialistas, cifra récord para la época. Pero el sueño dorado duró poco: con el golpe del ’55, las persiguieron, les allanaron las casas y les quemaron hasta los uniformes. Su historia fue silenciada hasta hoy.
En su mayoría eran chicas humildes, a las que no les importaba nada más que “servir a su pueblo”. Todo lo que pudieran hacer, para ellas, era poco, porque la escuela significaba “la dignidad, la vida”. El rigor era lo de menos. Así lo recuerda María Luisa Fernández, en diálogo con Tiempo Argentino: “Abnegación, desinterés y amor, esa era la frase de Evita. Y nosotras lo vivíamos así, no se nos ocurría cuestionarlo” (ver recuadro).
Lo mismo cree Nilda Cabrera, egresada de la escuela en 1951: “En nuestras vidas no habíamos ido ni a La Salada –relató a este diario–. Era un sueño para nosotras. La primera vez que me subí a un avión fue para ir a Ecuador. Después a Perú. Y nos recibía el presidente del país” (ver recuadro).
Por eso se sentían elegidas, por conocer países latinoamericanos y europeos, príncipes y presidentes. Sentían que las habían transformado y, en definitiva, ese era el objetivo de la Escuela: formar “misioneras de paz”, siempre “dentro de la norma disciplinaria”. Así lo explicó Adelina Fiora, la primera regenta: “muchas venían de hogares muy humildes y desconocían por completo el sentido de la disciplina, indispensable para el estudio que emprendían. Se me ocurrió que una manera de enseñarles a organizarse era izar y arriar la bandera en el patio. Tal como hacen en la escuela primaria y secundaria.” Y funcionó.
La idea tenía dos fuentes de inspiración muy concretas: el justicialismo, de raíz socialdristiana, y el proyecto del médico Ramón Carrillo para cambiar el mapa sanitario argentino. En 1945, por ejemplo, en la provincia de Jujuy, se morían 300 bebés de cada mil que nacían. Carrillo sostenía que debía formar a 20 mil enfermeras profesionales, para el cuidado de la población civil, pero también para la defensa nacional en casos extremos, como guerras y catástrofes. En su “Plan Analítico de Salud Pública” (1947) sostuvo que por medio de la medicina asistencial, la sanitaria y la social podía cambiarse la realidad.
Y el plan se puso en práctica. Hasta ese momento, la escuela de enfermería más conocida, tal vez, era la de la Cruz Roja Argentina. Para el peronismo, ninguna de las dos servía: eran del sistema capitalista. Bajo los parámetros de Eva y Carrillo, las alumnas debían tener otros principios: “No creen ofrecer limosnas, no entienden que van a regalar ayuda a los pobres: están regidas por el concepto justicialista, que constituye la base de la entidad central a la que pertenece. No esperan el llamado de los necesitados, se dedican organizadamente a buscar a quienes necesitan auxilio”, detalla una publicación de 1949, de la propia escuela. Para las alumnas era sencillo: la Cruz Roja era para la aristocracia. “Era gente de dinero, de doble y de triple apellido. Se anotaban para casarse con un médico. Nosotras éramos el Pueblo, las grasitas”, explica María Luisa. Grasitas o no, tenían que pasar exámenes, bolillero de por medio “Llegábamos re nerviosas”, agrega.
El programa se considera de los más completos del momento: en primer año tenían Anatomía y Fisiología, Semiología (Médica), Higiene y Epidemiología General, Defensa Nacional, Historia de la Enfermería y Moral y Doctrina Peronista. En segundo: Enfermería Quirúrgica, Enfermería Clínica, Primeros Auxilios, Medicina Social y Doctrina Peronista. Y en tercero: Obstetricia y Ginecología, Infecciosas, Puericultura y Pediatría, Dietética y Arte Culinario, Neuropsiquiatría y Doctrina Peronista. Además, podían optar por estudiar un año más y recibirse como especialistas en Anestesia, Hemoterapia, Laboratorio y Asistencia Dental, entre otras. Resulta evidente que la única materia que se repetía año tras año era Doctrina Peronista. El objetivo era muy concreto, formar enfermeras, pero justicialistas: “la alumna es preparada para el civismo –remarcaban los escritos–, pues con la conquista de los derechos políticos de la mujer, adquiere gran importancia la capacitación de la juventud femenina en ese campo”. Se buscaba revolucionar la enfermería y el país. Como consideraban que no había material de formación suficiente, la escuela contaba con un equipo auxiliar de taquígrafas. De esa manera, se tomaba nota de las clases, para preparar los apuntes que después repartían en forma gratuita. Igual que los uniformes (reglamentario interno, de labor y de gala) y que las habitaciones individuales para las que venían del interior y la comida.
“Todo era revolucionario –sostiene Nilda–. Nos enseñaban a manejar, motos, jeeps y ambulancias.” Es que a su cargo tenían 200 motos, los jeeps blancos, equipados con carpas, camillas y botiquines y las varias “ambulancia-hospital”, una suerte de motor-home, con diez camas en su interior y una cabina de operaciones. Contaban también con equipo para realizar transfusión y oxigenoterapia. Tenían, además, hasta perros amaestrados, que transportaban botiquines de aluminio.
 “La disciplina era una cosa que se nos inculcaba mucho –detalló Delia Maldonado–. La primera lección que se nos dio fue la de saludar siempre al paciente. Y preguntarle cómo se sentía. Jamás se prendían las luces de la sala ni se despertaba a los pacientes batiendo las manos o gritando.”
Así se los había pedido la propia Evita, el 14 de septiembre de 1950, cuando la Escuela se incorporó a la Fundación Eva Perón. “En este acto le prometo al Presidente –sostuvo– que vamos a formar muchas enfermeras para ofrecerles a la patria, mujeres sacrificadas, capaces y dignas del pueblo argentino. Ustedes nunca podrán saber lo mucho que las quiero, nunca podrán comprender el profundo cariño que siente su presidenta hacia todas sus colaboradoras, nunca podrán comprender el amor entrañable y la satisfacción enorme que siento cuando veo una enfermera de la Fundación. Este afecto nace porque ustedes son artífices de esta gran obra, porque ponen no sólo el trabajo incansable sino el espíritu, porque colaboran conmigo para demostrar a nuestro presidente y al Pueblo  de lo que somos capaces las mujeres argentinas, cuando  amamos y trabajamos.”
Los deseos de Evita se apagaron con su muerte. No pudo, como hubiera querido, verlas egresar, ni darles sus diplomas, aunque algunos llegó a firmarlos. “Ella nos creó, pero como enfermeras, no pudimos hacer nada –dice Nilda, quien todavía conserva el título con la rúbrica de Evita (ver foto)–. Tuvimos mucho dolor, lloramos mucho.” Ese, tal vez, fue el prólogo de la tragedia: con el golpe del ’55, las enfermeras fueron perseguidas, allanaron sus casas, quemaron sus uniformes, sus apuntes y hasta los legajos de los hospitales. “Se vivió todo el odio”, resume María Luisa (ver recuadro). “Ese día –agrega Nilda– empezamos a ver los aviones, los médicos corrían como locos. Yo trabajaba en el Policlínico San Martín, al rato empezaron a abrir puertas y se robaron todo: vajilla, nebulizadores, aparatos de presión. Todo. Fueron a mi casa, y mi mamá les tuvo que dar hasta las fotos. Pobrecita, estaba muy asustada.”
Con la dedicación y el esmero que sólo el odio rumiado durante años puede dar, los militares llegaron, incluso, a quitar una placa de un monumento que homenajeaba a dos enfermeras. Todavía hoy se lo puede ver en la avenida Costanera. Al fijar la vista se ve a dos mujeres, como recortadas por las llamas, sobre las alas de un avión. Son Amanda Allen y Luisa Komel.
El 27 de septiembre de 1949, las enfermeras volvían en avión de Ecuador, adonde habían viajado para socorrer a las víctimas de un terremoto. Cuando estaban por llegar a la base de Morón, la máquina empezó a incendiarse. Dicen que, para ahogar el pánico,  cantaron “Los muchachos peronistas”. Evita había querido recibirlos. Así lo recordó su hermana Erminda Duarte: “Querías ser la primera en darles la bienvenida. En abrazar a las abnegadas muchachas. Y de pronto la noticia: el avión había caído. El pueblo que te acompañaba permaneció en un silencio consternado. Y de pronto te sacudió un llanto sin consuelo.”
La angustia por las cuatro muertes y los heridos fue tanta que decidieron homenajear a las enfermeras con el monumento que, incluso hoy, algunos creen que es por el accidente de LAPA. Pero no. Así como los golpistas prohibieron hasta la mención de Perón y el peronismo, sacaron la placa que recordaba a las “misioneras de la paz”, al “cuerpo de samaritanas”, a las mismas que con su relato empiezan a reconstruir esta historia. Silenciada, hasta hoy, por la intolerancia. <

“Había mucha disciplina”
Siempre tiene a mano una frase que produce alivio. “Ya va a pasar”, “es difícil, pero cambiará”, desliza con tono dulce y firme a la vez. Se ve que nunca se deja de ser enfermera. De la salud. O de la palabra. Con 77 años, Nilda Cabrera recuerda con nitidez cómo fue su incorporación a la Escuela de Enfermas: “Vi un aviso en el diario. Le comenté a mi papá y me dijo: ‘vos estás loca’, porque las enfermeras eran… mal nombradas. Pero decidí ir igual, como tenía 15 años no me querían dejar entrar. Como yo era atrevida, les dejaba cartas y cartas, con mi firma, pidiéndoles entrar. Un día llega a mi casa un sobre de la Fundación con mi nombre, para que mi padre me acompañara a hablar con Evita, todo protocolar. Casi me come mi viejo. Me dijo: ‘¿qué hiciste?’ Pero con tal de ver a Evita me llevó. Me tomaron como oyente, y al año siguiente, por mi entusiasmo, entré con 16 años.”

–¿En qué notaban la disciplina?
–Tenías que estar de blanco inmaculado. Eso significada, bañada, bien vestida, sin pelos en las piernas. Y a horario. A veces teníamos que estar en Constitución a las seis de la mañana donde los micros nos esperaban. Había diez minutos de tolerancia. Y si no estabas ahí, se iban. El doctor Ricardo Finocchietto era bravo con la disciplina. Porque Evita le decía ‘la responsabilidad es suya, Doctor. Si a mis chicas les pasa algo, usted tiene la culpa’.
–¿Tuvieron entrenamiento militar?
–Sí, nos enseñaban los primeros auxilios y a desfilar. ¿Vos sabés lo que tuvimos que ensayar para el Día del Reservista ? Ella venía a vernos, nos decía: ustedes tienen que ser las mejores, porque era la primera vez que desfilaban mujeres en un desfile militar a nivel popular. Nos marcaban todo, el paso, las manos, no amontonarse frente al palco, mirar todas a la vez.
–¿Qué significó la Escuela de Enfermeras en su vida?
–Todo. Eramos una familia pobre, de siete hermanos, yo era la más chica. Gracias a esa profesión, trabajé y viví dignamente.
–En ese momento, no era para gente humilde…
–No. Eran todas de la Cruz Roja y ellas no te iban a limpiar una cola. Ellas eran todas docentes, supervisoras y las que eran enfermeras eran las llamadas “artículo 30”, que eran las mucamas.
–Y estudiaban en plena Avenida Callao. ¿Cómo lo tomaban?
–Ah… no sabés. Por ahí andaban las oligarcas. Nos tiraban agua de los balcones. Viste como cuando un perro ladra ¿y le tiran agua? Bueno, ellas, las oligarcas, nos tiraban agua. Nosotras le gritábamos de abajo, ‘ya te vamos a atender a vos, para eso somos enfermeras’.

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