15 ago 2011

Afganistán, Kabul

La vida y la muerte… más allá de la guerra

Kabul
Hay un Afganistán mucho más allá de la guerra sin cuartel que se libra en las provincias del sur o del este del país. Hay un Afganistán oculto que nunca sale en los medios de comunicación porque a nadie- o a casi nadie- le interesa mostrar la realidad de un país agonizante y en estado de coma. Afganistán se muere… pero lo peor es que el moribundo arrastrará con él a todos los habitantes de este país desangrado por las décadas de guerra, por la corrupción, por la permisividad de la Comunidad Internacional y por la dejadez de todos… Afganistán es más que una guerra. Es un pozo sin fondo.
El hospital infantil Indira Gandhi es el lugar perfecto para medir la evolución y el progreso que ha dejado en el país centroasiático estos diez años de guerra. Dos factores que se quedan en la puerta de este enorme hospital. Dos palabras que los pacientes ingresados no conocen y es posible que no lleguen a conocer.
La realidad del país reposa sobre una dura mesa en la unidad de cuidados intensivos. Su nombre, Yasmin… Esta pequeña de dos meses y apenas dos kilos de peso, está protegida por mullidas mantas que le han habilitado los enfermeros sobre una dura mesa. Sí… una mesa de madera es su lecho. Su cama… "No tenemos camas. Tenemos tantos pacientes que los tenemos que colocar donde podemos. De dos en dos o encima de la mesa. ¿Crees que hay derecho a que una niña de dos meses esté sobre una mesa de madera? ¿Dónde se invierte todo el dinero que manda la Comunidad Internacional?", afirma el doctor Amanullah Arifzni. Yasmin lleva dos días sobre una mesa cuya finalidad era la de servir de escritorio para los enfermeros. Hoy no alberga informes… sino una niña.
Pero Yasmin no se queja. No protesta. No se indigna… Simplemente duerme profundamente. "Su estado es crítico. Tiene anemia, septicemia y sepsis. La tenemos aquí porque no hay camas para todos", se lamento el doctor. No se atreve a afirmarlo pero sabe- de hecho todos lo sabemos- cuál será el final de Yasmin. Una escena que se repite con demasiada frecuencia en este hospital en el que todos los días se elige entre la vida y la muerte… y donde la muerte suele ganar la inmensa mayoría de las partidas.
Los datos, en cuanto a mortalidad infantil se refiere, son escalofriantes. Afganistán es el tercer país del mundo, sólo superado por Angola y Sierra Leona, en tasa de mortalidad infantil, llegando a los 151,95 fallecimientos por cada 1.000 nacimientos en 2010. El 15 % de los nacidos en el país centroasiático no llegan a cumplir un año de vida. Mientras el futuro del país se marchita sobre una putrefacta mesa los políticos de medio pelo del país se embolsan ingentes cantidades de dinero en sus paraísos fiscales sabedores que el tiempo en el poder tiene fecha de caducidad, el 2014. Luego… luego, nadie sabe qué será de Afganistán.
"¿Qué quién nos ayuda?", pregunta el doctor Arifzni. "Para obtener una respuesta a tu pregunta debes cruzar la calle y visitar al ministro de sanidad. Sí, está al otro lado de la calle… Pero debe de estar muy ocupado porque no suele venir mucho por aquí", sentencia irónico haciendo que sus compañeros esbocen una sonrisa. "Contar lo que habéis visto. Denunciad nuestra situación para que la gente sepa cómo es Afganistán", se despide mientras nos estrecha la mano. (Me temo que el mundo ya sabe cómo es este país, pero nos importa un carajo…) Sonrío y me marcho, sin darle una respuesta. ¿Para qué…? ¿Serviría de algo? ¿Cambiarían las cosas? Occidente mira para otro lado mientras el país sigue hundiéndose en el barro… Nuestra obsesión ya no es ayudar a los afganos- aunque me pregunto si alguna vez esa fue nuestra intención- sino salir de este pozo sin fondo lo más rápido posible en busca de otros pastos más fértiles y donde podamos sacar provecho en forma de dólares.  ¿Libia?
Dejamos atrás la unidad de cuidados intensivos. Mientras recorremos los impolutos pasillos adornados por enormes ventanales por los que se cuela la luz del atardecer; mientras nuestros pasos reverberan vamos olvidando por el camino los rostros de esos niños que se marchitan y se consumen esperando la ayuda prometida… ayuda que nunca llegará. Sus ojos reflejan la desesperación de un país lastrado por guerras… Muchos de esos ojos se cerrarán para no volver a abrirse nunca más.
Siguiente parada… Unidad de recién nacidos. La misma miseria pero en una planta inferior. Es como descender a los infiernos con Dante… Cada planta de este hospital te acerca más al purgatorio. Afganistán tiene el dudoso honor de ocupar la primera posición del ranking en lo que a mortalidad materno-infantil se refiere. Por cada 100.000 recién nacidos vivos 6.500 madres mueren al dar a luz. Pero que el niño haya superado el parto no significa que vaya a vivir… No, por desgracia no. Cada año mueren 150.000 niños antes de cumplir los cinco años… Todos tenemos un final, pero muchos de los niños que hoy dormitan en estas incubadoras lo tienen mucho más cerca. De hecho, alguno lo palpa con las manos.
"En la unidad de neonatos hay entre 20 y 30 incubadoras…", afirma el enfermero Aminjan Amin Auryakkeil. Muchas me parecen… "En cada una de ellas hay uno o dos niños", confirma mientras vamos pasando sala por sala. Mientras caminamos por los intrincandos corredores descubro en la pared un póster de Unicef que dice en dari: "Debes lavarte las manos después de ir al baño. Debes lavarte las manos antes de comer. Lávate con jabón". Curiosa la presencia del organismo que, se presupone, tiene que velar por la infancia y por los derechos del niño. Un cartel en dari, con unos cuantos dibujitos… Mientras, niños que no saben ni leer ni distinguir las fotitos del mugriento póster se mueren a puñados a menos de un palmo. Supongo que es una forma, como cualquier otra, de limpiar conciencias. "¿Unicef? Sólo nos ayuda con las campañas de vacunación. Nada más. No recibimos ninguna otra ayuda por su parte", afirma sorprendido Auryakkeil que lo ve como una cosa normal. Supongo que después de diez años sin recibir ningún tipo de ayuda de nadie es normal que uno se acostumbre. Pero para un occidental la duda surge enseguida. ¿Si Unicef no hace nada… a qué vienen tantos cochecitos blancos (que valen un pastizal) con el emblema en las puertas dando vueltas por Kabul? Misterios sin resolver, supongo…
En una de las habitaciones nos topamos con Aziza. Esta mujer, de cara risueña y marcadas facciones, acaba de traer a sus dos niños recién nacidos al hospital para que los atiendan. Aziza es el reflejo de la sociedad afgana. Con apenas 30 años tiene ocho hijos. En los brazos, junto a su suegra, sostiene a los pequeños Farzana y Amanullah. Los niños duermen como unos benditos sobre el regazo de las dos mujeres que se han quitado el burka y lo llevan sujeto sobre la frente. "Son gemelos. Nacieron tres pero uno murió durante el parto. Tienen problemas de estómago y es la tercera vez que los ingresan. Estarán en observación de dos a tres días y luego los mandamos a casa… Volverán, seguro. Son gente muy pobre y viven en condiciones insalubres; y más para unos recién nacidos. Pero es muy frecuente que traigan niños con problemas estomacales. Es una máxima de este país", afirma el enfermero.
Y tanto que es una máxima. El 23% de los fallecimientos de niños es culpa del mal estado del agua que beben del frigo. Quizás Unicef, en vez de poner tanto cartelito estúpido y sin sentido (no saben que el 80% de los afganos no saben leer), debería ir casa por casa intentado convencer a las madres y a las abuelas afganas a que hiervan el agua antes de que sus hijos se la beban… Pero claro… debe ser que están trabajando en ello.
Nuestra visita se acaba… con la misma sensación de incredulidad y frustración. Son unas máximas cada vez que se visita un hospital afgano.  Mi última visita al Idira Gandhi fue hace justo un año; y nada ha cambiado. Misma miseria. Distintos pacientes, mismo final…  Pero este macabro lugar tiene reservada una nueva lección, por si no nos había quedado claro donde estábamos y de donde nos íbamos. A las puertas del hospital el llanto desgarrador de una madre resquebraja el silencio sepulcral de la tarde. Sobre una camilla reposa, amortajado con una sábana blanca, el cuerpo sin vida de su pequeño. Ajma, de seis años, se echó encima una olla con agua hirviendo. Nadie pudo hacer nada por él. Su padre, con el rostro desencajado coloca el cuerpo del niño en la parte de atrás del maletero del coche. Esta es la otra cara de Afganistán. La cara de verdad… La cara de la que no hablan esos que abogan por el progreso de un país mísero. Aunque supongo que desde su atril, el mundo se vea mucho más mullido. Hipócritas.

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