20 mar 2012

URUGUAY, "Me creí Dios", confesó uno de los enfermeros asesinos

Vista de la fachada del Hospital Maciel, en Montevideo, Uruguay. Foto: EFE

Vista de la fachada del Hospital Maciel, en Montevideo, Uruguay.

Uno de los enfermeros uruguayos acusados de asesinar al menos 16
personas bajo la excusa de ser enfermos terminales se manifestó su
arrepentimiento y confesó que se creyó Dios.

"Me creí Dios, me equivoqué y ahora estoy arrepentido", declaró Ariel
Acevedo al juez Rolando Vomero, quien mandó un comunicado urgente
donde confirmaba que procesó a Marcelo Pereira por cinco homicidios y
a Acevedo por al menos 11 muertes.

Sin embargo, los investigadores siguen la pista de otros 200 casos en
los que también se habría asesinado a pacientes inyectándoles
lidocaína, morfina y aire.

La relación entre ambos enfermeros

Si bien en un primer momento no podían confirmar si los crímenes
fueron realizados en forma conjunta, el lunes se constató que los dos
enfermeros son amigos. Al respecto, la defensora de Acevedo, Inés
Massiotti, señaló que eran amigos "a tal punto que era el padrino de
la hija de Pereira".

Los acusados están imputados por el delito de homicidio muy
especialmente agravado en reiteración real y podrían darles entre 10 y
24 años de prisión.

Morfina y oxígeno en las venas

Marcelo Pereira, de 40 años, repartía su jornada entre el hospital
público Maciel y la clínica Asociación Española, una de las más
prestigiosas del país. En uno mató a tres pacientes y en la otra a
dos. A todos los enfermos les inyectó morfina y ninguno de ellos se
encontraba en situación terminal, publica el diario El País, de
Uruguay.

Fue en la mutual de la Asociación Española donde Pereira coincidió con
Ariel Acevedo, de 46 años, quien ha asumido la muerte de 11 personas a
las que administró oxígeno en las venas. "Unos pacientes de Ariel sí
estaban en situación terminal y otros no", admite su abogada, Inés
Massiotti, según añade el matutino.

Acevedo y Pereira se conocían, pero no hay constancia de que actuaran
en equipo. Andrea Acosta, una enfermera de la Asociación Española, fue
acusada de complicidad y detenida por no informar a sus superiores
sobre un homicidio perpetrado en diciembre.

La historia de Ariel

La abogada Massiotti, amiga íntima de Acevedo, decidió asumir su
defensa cuando se enontró con él en los juzgados el pasado viernes.
"Hace un año Ariel empezó a ver que la gente sufría. Y motu proprio,
erradamente, decidió cargar una jeringa de 20 centímetros cúbicos de
aire y se las inyectaba en una vena a los pacientes. A los pocos
minutos les causaba una embolia pulmonar que podía terminar en un paro
cardiaco. A veces, llegaba el médico de guardia y lograba devolverlos
a la vida. Otras veces fallecían. El sábado le pusieron decenas de
fotos de pacientes. Y fue diciendo a quiénes había matado. Esta sí,
esta no, esta no… así hasta 11. Yo le dije: 'Vos te creíste Dios". Él
confesó todos los hechos y pidió perdón. Dijo: 'Sí, me creí Dios'.
Contó que no sabe qué le pasó de un año para acá. Y entendió cuando lo
detuvieron que él no era el dueño de las vidas de esas personas",
aseguró Massiotti.

"Ese mismo sábado pedí una pericia psiquiátrica sobre mi cliente para
determinar si está trastornado y no se le puede imputar el delito",
continúa Massiotti. "Ariel se crió en un pueblito que se llama Minas.
Fue violado a los 13 años por su cuñado. Vino a Montevideo y trabajó
de policía. Después estudió enfermería y tenía muy buenos informes por
parte de sus superiores. Llevaba casi 20 años conviviendo con su
pareja, un comerciante de artesanías. Yo los casé hace unos cuatro
años, cuando se legalizó en Uruguay la unión concubinaria, que es
prácticamente lo mismo que el matrimonio. La pericia fue muy
exhaustiva, duró tres horas y determinó que es plenamente consciente
de sus actos, tenía conciencia y voluntad de que haciendo eso esta
gente moría. Pero la propia pericia determina que Ariel relata una
gran angustia por lo que hizo. Su circunstancia es muy diferente a la
del otro enfermero", agrega El País..

La policía recibió denuncias anónimas el pasado 2 de enero
provenientes de los centros médicos. Pero el caso que hizo disparar
las alarmas fue el de la diabética Santa Gladys Lemos, de 74 años,
ingresada con convulsiones el pasado 1 de marzo en el hospital Maciel,
donde trabajaba Pereira. Doce días después ya le habían dado el alta.
Estaba preparando el bolso para marcharse a casa junto a su esposo y
su hija cuando empezó a sentirse mal. Siete horas después murió.

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