26 jul 2016

Me caí con mi abuela en brazos y él me ayudó…

Elisa (su apodo es "Lilisa") vino de San Pedro del norte con su abuela Miguela y llegó una madru­gada fría a Asunción. Ella cuenta que recorrió tres hospitales públicos sin que ninguno admita a la señora porque le dijeron que estaban hasta el tope de pacientes, así que en un acto desesperado, llegó hasta un sanatorio privado, bajó a su abuela en brazos porque no había enfermeros en la puer­ta y si no la hubiese ayudado alguien que salía en ese momento, se hubiese caído con la señora y todo. Cuando este hombre levantó a su abuela, ella se derrumbó: "comencé a llorar, y el mucha­cho que le alzó a mi abuela me agarró de la mano y me dijo vamos, y me llevó adentro…"

Lilisa (Elisa) tiene 26 años, fue criada por su abuela Miguela porque su mamá la dejó de muy chiquita y se fue a vivir a Francia: "nunca me mandó una tarjeta, o me llamó, o me escribió. Ella desapareció de mi vida y de la vida de mi abuela", cuenta.

Ña Miguela tenía un alma­cén y Lilisa no solo la ayudó sino que después que terminó el colegio, se hizo cargo del negocio de su abuela: "ella ya estaba mayor, estaba cansada y yo no podía dejar que se siga sacrificando por mí, así que yo atendía el negocio de mañana y de noche, y a la tarde contraté a un muchacho que atendía mientras yo estudiaba magis­terio. Así salimos adelante", cuenta.

Cuando se recibió, Miguela conservó el almacén y al em­pleado, y para aumentar sus ingresos decidió enseñar en el turno en la tarde: "yo nunca tuve tiempo para tener amigas, o para ir a fiestas, porque mi abuela era primero", dice.

HASTA QUE…

Hace 1 año, también en ju­lio, la abuela de Lilisa enfermó y enseguida fue empeorando: "le interné pero el doctor me dijo bien que tenía que traerle a Asunción. El problema es que no tenían en ese momento ambulancia, así que yo le alcé a mi abuela en mi autito y vine con ella. Yo gasté mucho en los días en que ella se internó así que vine con lo que teníamos, y cuando llegamos después de muchas horas de viaje y de que mi abuela cada vez estaba peor, no podía creer que no le admitan en ningún hospital", asegura.

Si último acto de desespera­ción fue aquello de llevarla en un sanatorio privado: "yo sabía que no iba a tener el dinero para pagar lo que iba a costarme ese sanatorio, pero tenía para ingresarle y después iba a ver a quién le podía pedir prestado. Esa era mi idea cuando le alcé a abuela y casi me caí con ella en la rampa del sanatorio".

Ella dice que no vio en qué momento aquel hombre las vio y se acercó a ella: "yo caí arrodillada al suelo, con mi abuela en mi brazo, y ahí sentí que alguien le alzó a ella y me ayudó a levantarme. Yo pensé que era un enfermero o alguien del hospital, así que le agradecí y le dije que mi abuela tenía demasiada fiebre, que le traigo de San Pedro y que si no le atienden de urgencia se me va a morir".

El hombre entró a la recep­ción y le dijo a la enfermera que traían una persona mayor con mucha fiebre. Enseguida la enfermera le llamó a su personal, trajeron una camilla y le llevaron a mi abuela: "él me preguntó cómo me llamo y le dije que abuela me dice Lilisa, aunque me llamo Elisa, y entonces él me dijo si tengo cómo pagar el sanatorio. Pare­ce que se dio cuenta enseguida de mi situación, y yo le dije que tengo para pagar su ingreso por lo menos, pero que con tal de que le atiendan a mi abuela que yo tengo un negocio que puedo hipotecar, un almacén, porque ya pedí un préstamo para internarle en San Pedro y eso se me estaba terminando".

El hombre pensó un rato y le dio una solución: "me dijo que él se llama Miguel, y que viendo que es tocayo de mi abuela, que me va a ayudar. No podemos aceptar dinero de una persona que no conocemos, le dije, y él me dijo que no era eso, que pasa que su nana, la persona que le crió, acaba de fallecer, y que ella no era asegurada así que él le pagó por adelantado toda su internación, pero como ella murió a él le debían devolver ese dinero, y que en vez de que le devuelvan, iba a pedir que le trasfieran la habitación y todo lo que pagó por su nana, a mi abuela".

Lilisa no entendió bien la propuesta pero sabía que si no aceptaba, probablemente no tendría el dinero ni para que ingresen a su abuela: "¿eso se puede hacer?, le pregunté, y me pidió que le dé la cédula de mi abuela y con eso se fue a la administración, donde menos mal había un personal de guardia. Yo me quedé es­perándole, y él salió y me dijo que estaba solucionado, me dio los papeles donde figuraba que abuela iba a tener la habitación donde estuvo su nana, y me dio su número de celular".

¿ARCANGEL…?

Lilisa fue llamada a la sala de urgencias en donde ya no encontró a su abuela: "le llevaron a terapia intensiva porque tenía neumonía y estaba demasiado delicada. Ahí me dijeron que mi abuela tenía tres días ya pagados de terapia intensiva, y que si pasaba eso me tenían que cobrar por día. También me dijeron que yo podía quedarme en la salita privada que tenía pagado mi abuela, porque había una cama para acompañante".

La enfermera que informa­ba de todos éstos pormenores a Lilisa, estaba al tanto de que cómo logró la chica que inter­nen a su abuela: "me dijo que parece que mi abuela tiene su propio arcángel; ¿por qué dice eso?, le pregunté, y me dijo que porque Miguel no es un ángel sino un arcángel, y que mi abuela encontró un arcángel en su camino".

"Quiero entrar de blanco"

Lilisa recuerda que fue a esta­cionar su auto en un lugar donde no pudiese molestar (el guardia del sanatorio le indicó dónde), dejó el bolso con ropas y documentos en la salita donde iban a llevar a su abuela cuando saliese de terapia, y se instaló en el corredor, cerca de su abuela: "recé tanto que me quedé con los dedos doloridos porque yo no separaba mis manos. Es que yo pregunté a una persona que estaba también ahí por un familiar, cuánto se pagaba por terapia intensiva, y me dijo una suma que es demasiado mucho para nosotros", asegura.

Ella se quedó dormida en el banco y la despertó un personal de limpieza: "me dijo dónde está la cafetería para que pueda tomar algo, y yo pasé primero por la salita privada, me bañé y me fui a desayunar. Abrí mi billetera para ver cuánto dinero tenía y vi el papelito donde el señor Miguel me anotó su número, así que le mandé un men­saje de agradecimiento y le dije que mi abuela estaba en terapia y que mediante él le estaban atendiendo ahí, así que le agradecí otra vez".

¿RESPONDIÓ…?

Lilisa terminó de desayunar y volvió al pasillo: "me llegó un mensaje de Miguel, que me decía que va a pasar a la noche y que él llamó y preguntó por abuela, y le dijeron que a lo mejor para esa no­che ya le sacan de terapia. Yo corrí hasta la enfermería y pregunté, y me dijeron que eso solo sabe el médico que le atiende a abuela, así que le esperé y cuando le dije quién era, él me dijo: ah, hola señorita, yo soy el hermano de Miguel".

El médico le confirmó que su abuela estaba mejorando y que esa noche, si seguía así, la pasarían a terapia intermedia: "yo pregunté si tenían una capilla y fui y recé ahí dando gracias a Dios por haberme hecho encontrar con Miguel, por­que si él no me hubiese ayudado mi abuela seguro ya iba a estar en el más allá. Lloré mucho y le dije a Dios que yo voy a devolver el favor que él nos hace, ayudando a otra persona. Cuando salí, vi que Miguel entraba en el sanatorio…"

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