La salud mental es un activo invaluable que todos debemos proteger, pero en el caso de los profesionales de enfermería se convierte en un pilar esencial para su bienestar general y el ejercicio responsable de su labor.
Tras la pandemia, se han multiplicado los casos de colegas que cayeron en la automedicación con psicofármacos o, en situaciones extremas, llegaron al suicidio. Las cifras resultan alarmantes: entre un 50% y un 70% de enfermeras y enfermeros manifiestan padecer problemas de salud mental y física relacionados con la presión, el estrés y las condiciones de trabajo.
Esta realidad se intensifica en áreas críticas y en centros psiquiátricos, donde se suman la inestabilidad laboral y económica, la sobrecarga de funciones, la falta de recursos materiales y la ausencia de políticas sustentables de salud mental en los espacios laborales. Muy pocas instituciones ofrecen programas de contención, grupos de autoayuda o espacios de reflexión frente a la exigencia diaria.
Los profesionales de enfermería enfrentamos el dolor, la muerte, la angustia de los pacientes y familiares, y muchas veces agresiones que ponen en riesgo nuestra propia vida. Además, cargamos con responsabilidades adicionales debido a la falta de otros profesionales, lo que agrava aún más el desgaste emocional.
Es urgente que parlamentarios, sindicalistas, gremialistas y entidades de enfermería asuman el compromiso de impulsar acciones concretas que garanticen un ambiente laboral saludable. No basta con hablar de leyes de salud mental: deben existir políticas específicas para cuidar a quienes cuidan.
Cada enfermera y cada enfermero es testimonio vivo de que el estrés y la presión son compañeros constantes en nuestra profesión. Largas jornadas, decisiones críticas y la enorme responsabilidad de cuidar vidas tienen un costo que no puede seguir invisibilizándose.
La salud mental de la enfermería no es un tema secundario: es un asunto de justicia, dignidad y seguridad en el cuidado de la población.
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