6 sept 2009

La Plata. Buenos Aires. Del plan Carrillo a una Argentina enferma

Politica | El dolor de ya no ser
Del plan Carrillo a una Argentina enferma

Entre 1946 y 1954, Argentina llegó a tener un sistema de salud pública superior al de muchos países desarrollados, gracias a la gestión del médico sanitarista Ramón Carrillo. Entrábamos en la época del Estado de Bienestar. Fue el tiempo de los grandes hospitales, los centros de salud, la jerarquización de las enfermeras. Pero también de los médicos a domicilio y el trato personalizado con el paciente. En los últimos 30 años el sistema quedó pauperizado. Nadie imitó a Carrillo. Nadie escuchó a Favaloro. ¿El Gran La Plata? Un gran espejo
“El sistema público de salud del país superaba al británico, tanto en recursos como en resultados obtenidos.”

¿De qué país se habla? Un lector joven o distraído nunca respondería “Argentina”. Pero sí. Para comienzos de los años ‘50, Argentina contaba con un plan sanitario mejor diseñado y ejecutado que Inglaterra, hoy por hoy paradigma mundial en la materia.
Con vaivenes, la salud pública en nuestro país y en nuestra región siguió desarrollándose en los años ‘60 y hasta los primeros ‘70, época en que se rozó el Estado de Bienestar que siempre caracterizó a los países desarrollados.
Las bases del sistema se construyeron en sólo ocho años, entre 1946 y 1954, durante la gestión del doctor Ramón Carrillo al frente del ministerio de Salud. Durante su mandato, el presupuesto destinado al área se multiplicó 50 veces, se construyeron 4.229 establecimientos sanitarios, se triplicó la cantidad de enfermeras y se duplicó la de médicos, a la vez que se erradicaron numerosas enfermedades ligadas a la pobreza, se redujo drásticamente la mortalidad infantil y aumentó la esperanza de vida (ver Plan Carrillo, el legado...).
El concepto de medicina social se instaló fuertemente y perduró durante, al menos, tres décadas. “En los ‘70 y los ‘60, para que los médicos mayores, de 50 o 60 años, se fueran del hospital al cumplir el turno (dos de la tarde), había que echarlos”, cuenta el doctor Antonio Avila, que ingresó al hospital Rossi a la semana de su apertura, y ejerció la dirección entre 1988 y 1991. “Es que entonces el hospital era acogedor, daban ganas de trabajar, de estudiar, de hacer... Había una mística del hacer”, dice.
Avila salta en el tiempo y asegura que “si hoy hacés una entrevista a médicos de 40 años, están todos agobiados, queriendo irse”.
A domicilio
En nuestra época, “el trabajo se centraba en las visitas a domicilio -recuerda Rodolfo Héctor Fabris, egresado de la facultad de Medicina platense en 1953-. Ibamos vestidos de una forma especial, con la mejor ropa que teníamos. Se conocía al paciente y a toda su familia, nos fuimos haciendo cargo de todos ellos, y no sólo de los problemas médicos, sino también de los problemas personales, porque nos los contaban”.
“Se podían hacer 15 o 20 visitas a domicilio por día”, recuerda el pediatra Luis Denari, que realizó el practicantado (similar a la actual residencia) en el hospital Cestino de Ensenada
-para luego pasar al Hospital de Niños-, tras graduarse en 1956.
Cuando se habla con médicos de la “época dorada”, enseguida surgen las anécdotas que, más que anécdotas, son la viva descripción de un concepto de medicina social hoy inexistente.
“Para ir a Villa España (un barrio de Berisso), había que bajarse en (avenida) Montevideo y 25 y caminar más de 7 cuadras, por calles de tierra que con la lluvia se volvían intransitables. Luego me compré una “Renoleta” (Renault 4) para entrar en el barro, y a veces tenía que salir marcha atrás siguiendo la huella”, recuerda Denari.
“Parte de la familia”
Héctor Fabris fue compañero de René Favaloro en el Colegio Nacional de la UNLP. Y no deja de recordarlo. “Un paciente podía llevarnos diez minutos, pero el siguiente, dos horas. Y se le dedicaban. Porque para curar se requiere un conocimiento profundo de la persona, hay que preguntar mucho y saber cómo hacerlo. Favaloro decía que lo más importante para el diagnóstico es un buen interrogatorio, que el médico, con el interrogatorio, ya tiene más del 80% del diagnóstico”.
Ser médico en los ‘50 y ‘60 era sinónimo de ascenso y reconocimiento social. Son numerosos los casos de hijos de obreros de YPF, de los frigoríficos o de las fábricas de la periferia platense que, con gran esfuerzo, se graduaron por esos años. Y eran años en los que el médico formaba parte de la familia.
Con el tiempo, “se perdió la relación entre médico y paciente, el trato personalizado -lamenta Fabris-. Antes, la palabra del médico era de muchísima importancia, pero las especializaciones y el avance de la tecnología, aunque muy positivo por un lado, complicó bastante la medicina, porque el enfermo ya no se siente tan consustanciado con el médico y, por su parte, el médico se limita al dolor de garganta y se olvida del resto”.
El hospital
Los grandes hospitales públicos nacen en la época de Carrillo. En los ‘60 nacen los centros especializados y algunos generales para
ir cubriendo el aumento de demanda. También es la época en que ven la luz muchas clínicas privadas. Pero hubo una figura que dio lugar a importantes nosocomios: los hospitales gremiales.
En nuestra región, el hospital Rossi nace
como un policlínico del gremio del turf. “Era un hospital vertical muy bien hecho en términos de diseño, desde el punto de vista de la funcionalidad. Estaba muy bien pensado porque cubría desde pediatría, neonatología, maternidad, hasta psiquiatría”, recuerda Avila, y agrega que “durante la dictadura se lo quitaron al gremio, lo intervinieron y finalmente lo pasaron al Estado”.
En Berisso sobresalió el Sanatorio de la Carne, destinado a los trabajadores de los frigoríficos y sus familias. “Era un edificio grande, muy bien construido y equipado, pero corrió la mala suerte de que, en ese tiempo, los frigoríficos empezaron a disminuir su actividad hasta el cierre definitivo. Hubo muchos proyectos para reflotarlo, pero nunca se hizo nada”, señala Fabris.
“Una estructura hospitalaria tiene tres patas: la estructura edilicia, la tecnología y el recurso humano. La planta física es lo que se ve, por eso, en las campañas electorales inauguran tantos hospitales. Después, si funciona o no, es otra cosa. Lo tecnológico es costoso, y tiene una alta tasa de recambio por la obsolescencia en que entra con el avance de las nuevas tecnologías. El otro pilar es el recurso humano, y el hospital, históricamente, ha sido formador de recursos humanos. Además, el médico trabajaba a gusto”, explica Antonio Avila.
La debacle
“Los edificios están en muy mal estado; eso se comprueba a simple vista. Si los aparatos funcionan mal o no funcionan, dicen vamos a llamar a licitación, pero en el mientras tanto pasan 4 o 5 meses. Y el recurso humano... (hace una pausa), el hospital (a los médicos) no los cobijó, no los atrajo, no los amparó. Los burocratizó, los molestó con políticas equivocadas de recursos humanos”, dice Avila, y ejemplifica: “Si un neurocirujano se pone a trabajar a las 8 de la mañana, no sabe a qué hora termina, y a las 2 de la tarde no dice se me terminó el horario y se va; se queda operando hasta las 6 o 7 de la tarde. Pero si al otro día llega 5 minutos tarde le ponen ausente, porque un burócrata, jefe de personal del ministerio, que a lo mejor es abogado, cree que eso es un gran problema”.
¿Y esas cosas pasan? “Pasan -afirma-, y esas pequeñas pavadas hacen al sistema y terminan agobiando al recurso humano”.
Malas políticas de recursos humanos, deterioro de la planta física y tecnológica. Pero Avila va más allá: “Cuando salís del hospital y ves a una persona repartiendo tarjetas a la gente y diciéndole: Si tiene algún problema vea a tal abogado...” (vuelve a hacer una pausa). “Porque está muy bien que se combata la mala praxis, pero no que se haga una industria de eso, y eso pasa, y no pasa anecdóticamente, sino frecuentemente. Entonces el médico empieza a trabajar a la defensiva, mal, muy mal, y se va al sector privado”.
Esa mística del hacer, de estudiar y aprender en el hospital, del reconocimiento social ligado a una vocación que no reconocía límites, dio paso a una profesión agredida y pauperizada, donde muchos médicos de hospitales públicos cobran salarios mínimos y están sujetos a contratos precarios.
Antes, “el hospital era nuestro segundo hogar -rememora Héctor Fabris-. Si teníamos algún problema íbamos al hospital y lo compartíamos con los colegas; nos gustaba estar. Aunque tuviéramos un solo día asignado por semana, íbamos todos los días, porque teníamos alguna relación, algún enfermo por el que nos quedábamos preocupados. Eso ya no existe”.
¿Cuántos hay?
El modelo neoliberal y autoritario que encarnó Martínez de Hoz a partir de 1976, que carcomió las bases del Estado de Bienestar y destruyó el aparato productivo, repercutió en la esfera de la salud, primando los componentes tecnocráticos, avalando el desmantelamiento de los servicios sociales en manos del Estado y su traspaso a la órbita privada.
“Yo tuve que luchar contra la privatización de la cocina y el servicio de limpieza”, recuerda Antonio Avila sobre su paso por la dirección del hospital Rossi.
De tener un sistema de salud superior al inglés a la actualidad hay una distancia muy grande. Demasiado, quizás. Y el ejemplo lo aporta este “consejo” de Jorge Martínez, decano de la Facultad de Medicina de La Plata: “Deberíamos seguir algunos ejemplos y, sin ir muy lejos, los ejemplos de Chile y Brasil, que tienen claro cuántos médicos necesitan por año (ver La formación). Claro que, primero, tienen en claro cuántos médicos son, cosa que nosotros no sabemos, porque algunas estadísticas hablan de 200 mil y otras de 120 mil, es decir que hay una brecha de 80 mil que no sabemos si están o no están, ni dónde están”.







    

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