30 ene 2011

La Pampa, Argentina.-

Anita Dotti: vocación y servicio
http://www.laarena.com.ar/la_ciudad-anita_dotti__vocacion_y_servicio-57424-115.html
Con 93 años, una de las primeras enfermeras de la ciudad cuenta parte de su vida y revive la Santa Rosa del año '30. Desde la responsabilidad de la profesión hasta los roces con las Damas de Beneficencia
Suena a diminutivo, pero Anita es su nombre, tal y como figura en el documento. Y su apellido es Dotti, pero ella no se acostumbra y sigue presentándose como Vagge.
Es Anita Dotti de Vagge, enfermera. Una mujer menuda, de pelo blanco sin retocar, que habla con ganas, se ríe con gusto, y recuerda sin libreto. Tiene 93 años y, según dice, coloca inyecciones sin que le tiemble el pulso.
Anita mira fijo, eleva la voz cuando hace falta, se queja de los nuevos tiempos sin nostalgia del pasado, y hasta deja caer algún insulto al pasar, que sin embargo no desentona con su hablar correcto y su figura de abuelita de cuento infantil.
La mujer es enfermera de alma y vivió un pedazo de los comienzos de esa actividad en Santa Rosa: junto a su marido estuvo diez años a cargo de único hospital de la ciudad hasta la década del '30, que funcionaba en un pequeño edificio ubicado en cercanías de lo que hoy es el Cuarto Cuerpo de Ejército.
Eran otras épocas, de vientos que acumulaban tierra en los alambrados y miseria (casi) generalizada, cuando un hospital de niños funcionaba más como hogar de chicos desnutridos y las damas de beneficencia definían a quien y cómo se atendía. Y Anita lo recuerda bien.
"La noche que llegamos desde Ataliva, nueve días después de casarnos, la presidenta de las Damas de Beneficencia nos mostró la piecita en la que íbamos a vivir, las dos salas de enfermos, la cocina y... ay que mugre que había. También nos presentó a la cocinera y al resto del personal con la aclaración de que ellos comían en la cocina y nosotros en el comedor. Pero después decidimos comer juntos - ¡por el amor de Dios! - todos éramos pobres. Pero ese día, viendo lo que era el hospitalito, mi marido me miró y me dijo, 'si tuviese 10 pesos en el bolsillo, ya nos vamos a la m...".
Pero se quedaron diez años, en los que consiguieron cambiar el piso y poner baldosas, arreglar los techos que se llovían a mares, y acomodar en general el lugar para hacerlo habitable y funcional. También aprendió Anita a ser enfermera, porque como encargados del lugar, junto a su esposo, tenían que cumplir prácticamente todos los roles.
Desde esa experiencia, ella dice ser una de las mejores enfermera de Santa Rosa - y zona de influencia -, actividad que abrazó y no dejó en toda su larga vida.
Tras el cierre del hospitalito, le propusieron al joven matrimonio pasar al recién inaugurado Lucio Molas; pero hubo una oferta mejor que los convenció: la Policía territoriana abría para la misma época una enfermería - en el sitio donde hoy funciona la Jefatura de Policía - y allí quedó a cargo su esposo Pedro. Anita siguió ejerciendo particular.
"En aquél tiempo los milicos andaban a caballo. Y a la noche, cuando yo tenía que ir a cuidar a algún enfermo, el policía que estaba de parada me decía 'señora vaya tranquila que nosotros la cuidamos' y le tocaba el silbato al otro milico que estaba a cuatro o cinco cuadras, y cuando yo llegaba ahí, este otro tocaba el silbato para que sepa el siguiente. A mi me veías a cualquier hora, caminando por esos senderitos desolados, a la 1, a las 2 y hasta las 3 de la mañana..."
- ¿Eran épocas complicadas para andar por ahí?
- Para nada. Nadie te decía nada, no te molestaban. Todo el mundo te respetaba.
- Como ahora...
- (Sonríe meneando la cabeza) Hoy cruzás la calle y cualquier pibe te dice cualquier cosa. Por eso salgo poco.
Pero los recuerdos de Anita se agolpan en aquellos diez años en que estuvieron a cargo del "hospitalito", como le llama. Con dos salitas para enfermos, en su mayoría niños y algunos pocos adultos, y el rígido control de la presidenta de la sociedad de beneficencia.
"Hacíamos de todo, y con los 100 pesos que nos daban, teníamos que mantenerlo. Desde comprar las cosas para la comida hasta comprar y arreglar la ropa y las sábanas. Estar siempre atentos a las necesidades de los enfermos y si algún familiar se quedaba a cuidarlos, igual nos llamaban, a cualquier hora, y ahí teníamos que estar nosotros", narra la mujer.
Y cuenta: "Podían ser las 4 de la mañana y si avisaba el doctor, había que salir urgente a preparar la sala de operaciones con los elementos y la ropa blanca, y al mismo tiempo alistar al enfermo, porque el doctor venía, operaba y se iba. No había anestesiólogo, como ahora, y éramos nosotros los que le dábamos el éter: se lo agarraba de acá [Anita hace la mímica: se toma los pelos de la nuca, tira la cabeza hacia atrás y se pone la otra mano en la boca] y al final éramos nosotros los que terminábamos respirando más éter". Y ríe a carcajadas esta enfermera de 93 años.
También recuerda con gusto y respeto a los médicos de entonces: "Tapia, Garmendia y estaba el doctor González, que vino de Acha, hombre de a caballo que se iba en sulky hasta la tribu de los indios para atenderlos".
Cuando se pone seria, y hasta se enoja, es al hablar de las Damas de Beneficencia: "Eran todas de nariz parada, 'esposas de', y la peor de todas era la presidenta, mujer del Jefe del Banco, que venía, lo miraba todo y te mandoneaba. Siempre criticaba pero no sabía nada", cuenta.
Pero ni Anita ni su marido eran sumisos ante la señoras de la alta sociedad. "Cuando venía la presidenta, iba hasta la enfermería a contar las sábanas una por una. Tenía que haber 30, todas numeradas, pero estaban viejas y remendadas y algunas veces se las robaban los propios pacientes, que por la miseria que había se las llevaban. La cosa es que ella inspeccionaba para asegurarse que no falten. Y si faltaban, yo agarraba un trapo cualquiera, blanco, y le bordaba el número faltante; lo doblaba un poquito como las otras sábanas y la presidenta no se daba cuanta. Hecha la ley hecha la trampa".
Y otra argucia que supo emplear por aquellas épocas, difíciles para la mayoría: "Cuando esta señora se daba cuenta que veía siempre las mismas caritas, con aires de entendida decía 'cómo puede ser que estos chicos estén hace tanto tiempo acá' y yo le salía con que tenían fiebre o les faltaba calcio. Mentira, los teníamos ahí para que comieran, porque estaban muertos de hambre pobrecitos".
- ¿Siempre trabajando Anita?
- Toda la vida. Y ahora, así como me ve, yo pongo una inyección y ni se siente. Algunos doctores me mandan a sus pacientes porque saben que a la persona la siento un rato, la converso, y así se tranquiliza. Hasta tengo clientes de Doblas que no quieren atenderse con otra enfermera. Igual, ya no trabajo tanto, porque mi nieta no quiere, pero si bien la plata no me falta, tampoco me sobra...
- ¿Qué hace falta para ser enfermera?
- Tener mucha vocación, porque si no se fracasa. No cualquiera es enfermero, hay que saber tratar a las personas en condiciones difíciles y contener no sólo al enfermo sino también a los familiares. Uno a veces es también el hombro en el que te lloran sus problemas.
- ¿Piensa seguir ejerciendo?
- Desde mi casa y como un deporte, para que no me saquen la jeringa; porque el día que a mi me saquen la jeringa....

Repaso histórico.
El Hospital de Beneficencia fue por años el único centro con capacidad de internación de Santa Rosa. En 1909, casi ocho años antes que naciera Anita, ya contaba con 30 camas y brindaba asistencia no sólo a la ciudad sino también a la campaña y alrededores. Funcionaba en una pequeña construcción sobre lo que hoy es la calle Raúl B. Díaz, en cercanías del terreno que ocupa el Cuarto Cuerpo de Ejército.
Uno de los nombres ilustres que pasaron por esas salas es el del doctor José Ramón Oliver, que fue su director entre 1902 y 1913.
Ese año, Oliver pasó a la recién inaugurada Asistencia Pública, otro centro con capacidad de internación - aunque mínima - que funcionó en paralelo con el Hospital de Beneficencia. Hasta entonces, el Territorio de La Pampa contó con sólo un médico de la gobernación como funcionario sanitario oficial.
Para cubrir el déficit en materia sanitaria, desde el gobierno nacional se propuso tempranamente fundar hospitales en las nuevas áreas pobladas, entre ellas, Chaco, Río Negro y La Pampa. Para el caso de Santa Rosa, se pensó en destinar a ese fin unos terrenos donados por Tomás Mason, pero pasaron los años sin que el proyecto se concrete. Finalmente, las tierras del fundador de la ciudad fueron destinadas a la cárcel.
Recién en el año 1938 se inauguraría el Hospital Regional (Lucio Molas), que funciona hasta el día de hoy.

Dedicación.
"Los maestros de escuela de hoy no son como los de antes, ya no hay dedicación por la tarea que uno hace. Y eso también se da con los enfermeros. A vos antes te tocaban el timbre y estabas parada al lado del enfermo, para lo que necesite, ahora en cambio pagás lo que no tenés y ni siquiera te atienden como deben. Ni en el sanatorio ni el hospital. Igual, hace mucho que no voy al (Lucio) Molas pero tengo gente conocida que me dice que en el Hospital te atienden mejor". Textual, de Anita Dotti.

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