Enrique Delgado Sanz
Madrid, 17 ago (EFE).- Algunos dirán que están locos al cambiar el hotel por una consulta médica en la selva o un baño en la playa por otro de realidad, pero hay quienes deciden invertir sus días libres en ayudar a los que más lo necesitan: son las vacaciones solidarias, que de vacaciones tienen poco y de solidarias, mucho.
Genial, increíble, impactante, recomendable o intenso son sólo algunos adjetivos empleados por Rosa María Bazajo, una enfermera que acaba de llegar a España tras pasar sus vacaciones trabajando en Nicaragua, a la hora de calificar lo vivido allí.
"Es otra realidad", prosigue la enfermera, quien cede el testigo a Paloma, coordinadora del programa Vacaciones Solidarias en la Fundación para el Desarrollo de la Enfermería (FUDEN), para reafirmar el objetivo de este proyecto.
"Se llaman vacaciones porque los enfermeros emplean su mes de vacaciones en ello, no porque vayan allí de vacaciones", recalca la coordinadora a Efe, quien se muestra muy satisfecha con el desarrollo del programa durante los diez años que lleva en marcha y al que se han acogido cerca de 1.000 enfermeros como Bazajo.
La portavoz sostiene que los profesionales que se apuntan a estos proyectos son gente "con una sensibilidad especial, consciente de que hay problemas que solucionar en el mundo".
Todos ellos son voluntarios, por lo que no cobran a cambio de su trabajo en destinos como Nicaragua, Cuba, República Dominicana o Santo Tomé y Príncipe, hasta donde se desplazan pagando la mayoría de los gastos -cercanos a los 2.000 euros-.
Pese a ello, la coordinadora confiesa que la mayor parte de los profesionales que han regresado de este programa reconocen que para ellos "ha sido una experiencia inolvidable que les ha marcado", algo que ratifica Bazajo.
"A nivel personal es algo que siempre me va a quedar ahí, no tengo palabras", suscribe la enfermera, quien también admite que durante los 25 días que duró su labor en Nicaragua todo lo ha vivido "al cien por cien".
"Si he reído, ha sido a lo bestia; si he llorado, ha sido porque lo sentía de verdad; si he bailado, lo he hecho como nunca en mi vida", relata emocionada la enfermera, para quien el mejor recuerdo es precisamente eso, que todos los sentimientos están a flor de piel.
Además de ayudar en todo lo posible al personal sanitario de la zona donde se desplazan -que está "muy bien formado" según admite Bazajo-, la falta de medios es uno de los principales problemas de estos territorios, algo que ilustra con una anécdota.
La enfermera cuenta que el primer día de trabajo, nada más llegar a Nicaragua y de camino a un poblado bastante recóndito, ella y sus compañeras se detuvieron en un puesto médico con medicamentos, hasta donde se acercó una mujer en busca de un remedio para la picadura que acababa de sufrir, nada menos que de un alacrán.
"Allí nos volvimos medio locas pidiendo medicación mientras el médico del centro nos miraba, tranquilo, sonriendo y sentado", confiesa la enfermera, quien no se explica cómo el facultativo local no se sobresaltaba, en absoluto, ante el problema.
Una vez que se calmaron, el médico se levantó, parsimonioso, y le ofreció a la mujer ser trasladada al hospital ya que allí, según comenta Bazajo, le pudieron ofrecer poco más que paracetamol.
"La mujer no quiso ir al hospital y se volvió a casa andando con las medicinas, de hecho nos la encontramos por el camino", indica la enfermera, quien admite haberse acostumbrado a estas malas condiciones llegando incluso a practicar una citología a oscuras y en un domicilio particular muy diferente a cualquiera de los quirófanos que conocemos aquí.
"El suelo era arena de playa y la casa no tenía ventanas, pero ahí nos pusimos con las linternas y logramos hacer nuestro trabajo con ciertas condiciones higiénicas", señala Bazajo.
El suyo es sólo un ejemplo y es que año tras año profesionales de cada vez más sectores -médicos, ingenieros o incluso cineastas- entregan sus días libres y su dinero a ayudar a los demás en los lugares del planeta donde más necesaria es su experiencia. EFE
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