6 sept 2011

Madrid, España.-



  • Pese a la enfermedad que afrontan, es difícil no verles sonreir

    Pequeños superhéroes de hospital

    http://www.intereconomia.com/noticias-gaceta/sociedad/sociedad/pequenos-superheroes-hospital-20110905
    En Oncología Infantil del Gregorio Marañón los niños han demostrado que pueden ser más fuertes que los adultos, convirtiendose en pequeños superhéroes.


  • A pesar de la difícil situación que afrontan por su enfermedad, es raro no encontrar alguna sonrisa en sus caras. Como la que muestra Antonio mientras recorre los pasillos del hospital acompañado de su madre Guadalupe y la doctora Cristina Beléndez. Ayer, los efectos de la quimioterapia le fastidiaron el día. "Las sesiones de quimio son un rollo. Al principio no te duele nada, pero cuando pasan unos días, se te va poniendo dolor de cabeza. Pero ya luego se te pasa", dice sonriendo. Y escucharle decir eso hace que el resto del mundo pierda el derecho a quejarse por nada.
    "Los niños toleran muy bien el dolor. Lo que peor llevan es estar solos", dice la doctora Teresa Hernández-Sampelayo, jefa de Pediatría del hospital. Es por eso que Antonio siempre está acompañado por alguno de sus padres, de su hermana mayor o de sus abuelos. Lo estuvo cuando a los 7 años le diagnosticaron su enfermedad y lo está ahora que ha sufrido una recaída. Los médicos aseguran que, al contrario de lo que se suele creer, es más duro el momento de la recaída que el del diagnóstico. Guadalupe, la madre de Antonio, lo confirma. "Esta vez no está tan optimista. Tiene un poco de miedo. Me pregunta si ahora va a estar otros tres años bien y luego va a volver a ingresar. Son muchos quirófanos, muchas punciones en la espalda", explica.
    El problema es que las recaídas se llevan por delante el optimismo en la mayoría de los casos y toca volver a construir el castillo que se ha venido abajo. "Anto –que es como le llama su madre– estaba genial cuando vino a la revisión. Corría, nadaba, llegaba a jugar los dos tiempos del partido de fútbol... Pero vinimos a la visita y nos dijeron que había que ingresar otra vez", recuerda, todavía confusa al verse de nuevo entre las cuatro paredes del hospital.
    Afortunadamente, esas cuatro paredes de las unidades de Oncología Infantil son cada vez más acogedoras. Antonio se ha quedado este verano sin vacaciones, pero si se sienta en la terraza de su habitación puede ver el mar aunque sea dibujado en los vinilos que adornan la pared. "Y el año que viene, mi padre me ha dicho que vamos a pasar las vacaciones en Nueva York, Orlando y Miami", cuenta ilusionado, sabiendo que ahora toca curarse, pero que luego la valentía tendrá su recompensa. Grises de colores
    Los tonos grises que visten la parte hospitalaria de los mayores se transforma en colores cuando atraviesas las puertas de la planta infantil. En la ciberaula hay varios dibujos que ellos mismos han hecho. Una pizarra enorme que se convierte en Scalextric si le das la vuelta. Ordenadores, juegos y libros. Una mesa para hacer manualidades cuando vienen los voluntarios un par de veces por semana. Con ellos, Antonio aprendió a hacer pulseras. "Ahora las vendo, pero a mi familia y a vosotros os las regalo", afirma sonriendo, sin saber que esa sonrisa es el mejor regalo de todos.

    Dice que el momento más divertido que ha pasado en el hospital fue un día que jugaron a la Wii con los enfermeros. "¡Nos reímos un montón!", recuerda. Y el peor, siempre, es cuando le tienen que pinchar. "No me gustan las agujas", cuenta, desvelando así el punto débil del superhéroe. "Ni la comida. Eso tampoco me gusta", dice mirando de forma cómplice a su madre mientras los dos se ríen. "Cuando entra la enfermera y dice que hay filetes, pienso: '¡Ay, qué rico!', pero cuando lo pruebas...", concluye a carcajadas. Pero para eso está mamá y la abuela, que de vez en cuando le dan el capricho de comer un plato hecho especialmente para él.
    Pese a todo, Antonio asegura que ya se ha "acostumbrado a estar aquí. Además, los doctores son muy majos, aunque me pinchen. Ya los conozco a todos: los de la mañana, los de la tarde y los de la noche". También mantiene el contacto con sus amigos a través de las redes sociales. "Me conecto y chateo con ellos. Me cuentan cosas y yo les cuento cómo estoy".
    Según los médicos, este punto es el que más afecta a los niños. "Cuando les explicas el diagnóstico no suelen preguntar mucho. Para ellos, el impacto llega cuando dejan de ir al colegio y de ver a sus amigos. Cuando su rutina se ve afectada. Ellos no preguntan qué va a pasar en el futuro, sino por las cosas inmediatas", explica la doctora Beléndez. Para intentar combatir eso, el hospital cuenta también con un aula para dar clases a los niños cuyo ingreso les impide acudir al colegio. "Hay tres maestros que dependen del Ministerio de Sanidad y que siempre están en contacto con los colegios. Cuando es un ingreso prolongado, incluso les examinan", explica la doctora Sampelayo. "Y si el niño no se puede mover o tiene que estar aislado, el maestro se desplaza hasta la habitación para impartir la clase", añade. Así, la enfermedad no les impide seguir el programa escolar y les sirve de entretenimiento.
    Esa forma extraña de convivencia que se produce en el hospital hace que al final se cree una pequeña familia entre los médicos, los enfermeros y los pacientes. Como cuenta el doctor Jorge Huerta, "hay niños que empiezan desde muy pequeños el tratamiento y siguen durante años con revisiones y seguimiento. Es mucho el tiempo que pasas con ellos y es inevitable involucrarte emocionalmente".
    De hecho, el doctor cuenta que el propio personal del hospital también necesita a veces charlar con la psicóloga. Sin embargo, todo merece la pena cuando contemplan el alto porcentaje de niños con cáncer que salen adelante. "Cuando ya han salido, algunos vienen a consulta para hacerse alguna revisión y aprovechan para subir a charlar con los niños que están ingresados y les animan con su experiencia", cuenta el doctor Huerta a la hora de explicar esa pequeña familia de la planta de Oncología Infantil.

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