27 feb 2012

EMIGRACION, LOS SANITARIOS HACEN LAS MALETAS







Etiquetas: emigración, sanidad, enfermería, Lugo, testimonios, veterinarios

26/02/2012 - Mar M. Louzao / El Progreso (Lugo)

Hartos de esperar una oportunidad en su país, los profesionales de la enfermería atienden las llamadas que llegan del extranjero. Sobre todo Inglaterra y Francia ofrecen oportunidades para este colectivo, aunque, mientras en el país galo les ponen alfombra roja, en las islas británicas cada vez piden mayor nivel de idioma

La falta de oportunidades laborales está reeditando el éxodo de profesionales de la salud a otros países, un fenómeno muy frecuente en los noventa, que se había ido mitigando. La situación que les obliga a hacer las maletas la explica muy bien Beatriz Viñas, enfermera graduada en 2002: «Las listas de sustituciones en la sanidad pública no se mueven y en la privada están echando a gente». Así que ella, como muchos otros profesionales, ha optado por escuchar las ofertas que llegan del extranjero.

Sin embargo, la situación también ha cambiado con respecto a años atrás. En el Reino Unido -tradicionalmente receptor de sanitarios españoles- «ahora piden nivel de inglés, que antes no», dice Noemi Campello, otra enfermera recién graduada que, como Beatriz, está inmersa en los trámites para irse a Inglaterra. Ambas han sido seleccionadas por una empresa que gestiona residencias de ancianos.

Las dos contestaron a una oferta laboral en internet a la que se habían apuntado más de setecientas personas. Les hicieron dos entrevistas telefónicas y una presencial en Barcelona. «Todo en inglés», dice Noemí, una barrera «en la que se queda mucha gente». No fue su caso. Beatriz estudia en la escuela de idiomas y Noemí lleva años yendo a una academia y, aunque no dominan el inglés técnico, se defienden bien en esa lengua.

Ahora las dos esperan a cumplimentar los trámites para poder irse. Es requisito imprescindible que estén colegiadas en el país, pero «es un proceso más lento que aquí, lleva sobre tres meses», dicen. Les piden, entre otras cosas, un certificado de antecedentes penales y una carta de recomendación de la dirección del centro donde se formaron, todo traducido, además de 110 libras.

La empresa que les ha ofrecido el trabajo buscaba a 150 profesionales para su red de hogares de ancianos -residencias en casas pequeñas, de diez o doce habitaciones, con jardín-, en los que hay una o dos enfermeras y auxiliares. Están implantados en Reino Unido e Irlanda y les permiten elegir zona, aunque luego se busca un equilibrio entre lo que piden y la disponibilidad de plazas.

Noemí y Beatriz tienen sentimientos encontrados. Por un lado, aprecian la oportunidad laboral y el valor que aporta a su curriculum la experiencia profesional en un país extranjero, pero, a la vez, les da pena que sea una decisión forzada por la situación laboral en su país.

Noemí terminó la carrera en 2010 y estuvo trabajando seis meses en la empresa privada. Antes de que terminara su contrato envió currículos y se dio de alta en las listas del Sergas, pero solo la llamaron para los fines de semana de agosto. «Es muy triste empezar a trabajar, ver que te puedes mantener por ti misma y que se te acabe», reconoce.

Beatriz tiene una experiencia más dilatada. Terminó la carrera en 2002 y encontró trabajo enseguida en el sector privado. Llevaba seis años cuando decidió darse de alta en las listas del Sergas para empezar a acumular puntuación de cara a las oposiciones. En 2009 trabajó sin problema, pero desde entonces «sólo me llamaron para hacer sustituciones en verano», dice.

En la empresa privada, la situación es parecida, sólo le llegaban propuestas para sustituciones de vacaciones. «Antes era más fácil, porque mucha gente, en cuanto empezaba a encadenar contratos en el Sergas, se iba de la empresa privada, pero ahora nadie se atreve porque sabe que no hay sustituciones», indica.

Beatriz no está dispuesta a pasarse «otro año mirando el teléfono todo el día», así que finalmente ha decidido irse. «Tenía clavada la espinita de formarme en el extranjero y no me la quité, así que es una buena oportunidad». Le seduce, además, las posibilidad de formación y de mejora laboral que le ofrece la empresa. «Tienen centros de estudios y al tiempo que trabajas puedes hacer másteres. Me da mucha confianza porque a ellos también les interesa que la gente quiera formarse», asegura.

FORMACIÓN

Fueron precisamente las oportunidades de formación las que llevaron a Blanca Martínez al Reino Unido. Tenía claro que quería ser matrona, pero no superó las pruebas para hacer el EIR (Enfermero Médico Residente), y le recomendaron irse a Reino Unido o Portugal. Se decidió por la primera, por la futura utilidad del inglés y porque le habían dicho que la formación era mejor. La primera vez se fue en marzo de 2009. «No tenía ni idea de inglés, así que decidí trabajar de au-pair mientras buscaba trabajo de enfermera», dice. Sin embargo, volvió a España a los cuatro meses con un contrato de trabajo para el verano y sin haberse colegiado por el alto nivel de lengua que pedían.

Mientras estaba en España, buscó empresas que llevasen enfermeras al extranjero y encontró una que le facilitó mucho las cosas. En noviembre volvió a las islas británicas con un contrato. Ese invierno se dedicó también a mandar solicitudes a las universidades, hasta que encontró una que la aceptó para cursar la especialidad que le interesaba y se dedicó a estudiar.

Blanca reconoce que al principio fue difícil adaptarse, tanto personal como profesionalmente. «Aquí parten de la base de que la enfermera no sabe hacer nada. Acaban la carrera sin saber ni estar autorizadas a poner vías, sacar sangre, dar medicación, hacer curas, poner sondas vesicales o nasogástricas y una lista infinita de cosas», explica.

Por esa razón, cuando empiezan todo lo que hacen «tiene que estar controlado por una supervisora y después tienen que ir haciendo cursos para poder hacer todas estas tareas que nosotros consideramos esenciales de enfermería y que aquí solo pueden hacer los que están especializados en ello -está la enfermera especializada en curas, por ejemplo-. Así que todas nos sentimos como un poco inútiles», señala.

Sin embargo, recién acabada su formación, Blanca asegura que de la experiencia «se pueden sacar muchas cosas buenas. Cobras muy bien, puedes estudiar todos los másteres que quieras y te abre la puerta a otros trabajos», dice.

Ella confirma lo que Beatriz y Noemí han percibido en la negociación de sus acuerdos laborales: que las condiciones son mejores que las de aquí. «Con 22 años nunca encontraría un trabajo estable como puedo tener en el Reino Unido. Un trabajo fijo y bien remunerado aquí es imposible, estás de aquí para allá todo el tiempo», matiza Noemí.

  • El nuevo grado favorece la movilidad. Enfermería es una de las titulaciones a las que más ha afectado la transición al Espacio Europeo de Educación Superior, conocido como el plan Bolonia. La carrera, concebida antes como una diplomatura de tres años, pasa a convertirse en un grado de cuatro años y, como sucede con todas las titulaciones, se ha diseñado para converger con el resto de Europa y facilitar la movilidad.
  • Más competencias. Un año más de estudios supone también más competencias, según apunta la directora del centro lucense, Asunción Núñez Magdalena. El grado contempla varios créditos de metodología de investigación -a partir de ahora podrán doctorarse-, y de biología, entre otros. Además, los alumnos de la USC deben tener un nivel B1 de un idioma extranjero para graduarse.
FRANCIA
Una oportunidad para un veterinario y una maestra reconvertidos a enfermeros

Miguel Vázquez y su pareja consiguieron trabajo en un hospital de Toulouse a pesar de no hablar francés y llevan un año en el centro hospitalario, de 600 camas Aseguran que la demanda de profesionales de enfermería es alta y que los que se forman en el país encuentran empleo nada más acabar

Miguel Vázquez y su novia Mónica Gómez trabajan desde hace un año en un hospital situado a 15 kilómetros de Toulouse. Allí encontraron una oportunidad que se les negaba en España, donde no surgían ofertas, y mucho menos para trabajar juntos. La suya es una historia atípica. Miguel es veterinario y trabajó durante diez años en la empresa pública Seaga, recientemente desmantelada, aunque él se fue antes de que empezase el Ere. En 2005 hizo primero de Enfermería «porque tenía tiempo libre y por si se ponía mal el sector veterinario». Lo dejó y lo volvió a retomar en 2008. Acabó en 2010 y obtuvo el premio fin de carrera de toda Galicia. Y ahí se acababa el recorrido. «Mandé currículos y no me llamó nadie», reconoce.

Mónica también había estudiado antes Magisterio -también logró el premio fin de carrera ese año- y luego Enfermería. En vista de las pocas perspectivas laborales, contestaron a un anuncio de una clínica francesa que buscaba cinco enfermeros en España. Enseguida los llamaron para una entrevista en Madrid, que transcurrió con intérprete. Pasaron la criba y les dieron dos meses para arreglar papeleo y empezar con el francés, del que solo Miguel tenía los rudimentos del bachillerato. En diciembre estaban en Toulouse para empezar a trabajar.

Miguel asegura que en Francia «hay mucha escasez de enfermeros, aquí la gente acaba la carrera ya con trabajo» y eso también abre puertas a los profesionales extranjeros. La empresa les dio una prima de instalación de 1.200 euros, para ayudarles con los primeros gastos -con el compromiso de permanencia de 18 meses- y les puso un servicio a su disposición para que les ayudara a buscar casa y a realizar gestiones como abrir una cuenta en un banco.

Los primeros meses tuvieron a otra enfermera a su lado y luego volaron solos. «Al principio fue una experiencia muy dura», confiesa Miguel, y todavía ahora no están del todo a gusto con los hábitos laborales de su compañeros franceses. «No les gusta trabajar y los del turno de día dejan cosas sin hacer, que luego de noche tienes que hacer sí o sí», señala. La legislación francesa, eso sí, garantiza muchos derechos laborales.

También las prácticas profesionales son diferentes. «Le dan importancia a cosas distintas. No les gusta pinchar, por ejemplo, y en formación técnica no los veo muy duchos», señala.

Miguel y Mónica no son los únicos extranjeros. En su hospital, de 600 camas, hay otros cuatro españoles y muchos portugueses, porque en el país vecino las cosas pintan peor. «En Portugal la gente está trabajando gratis con la esperanza de que finalmente los contraten», cuenta Miguel por lo que transmiten a él sus compañeros.

Miguel y Mónica tienen un sueldo de 1.800 euros al mes por una jornada de 35 horas semanales, aunque, matiza, hay que tener en cuenta que el nivel de vida es un poco más caro que en España. La vida social es también más aburrida: «Hay más vida en la Avenida da Coruña que en Toulouse», dice Miguel. Si pudieran, retornarían, pero ven difícil encontrar aquí las condiciones de las que disfrutan ahora. «Es complicado trabajar en el mismo hospital y aquí, sin embargo, se preocupan de ponernos juntos», dice.

Además, mientras que en España la edad es un problema, en Francia «valoran que tengas una madurez; de hecho, querían cierto compromiso», cuenta. Lo consideran un seguro de permanencia, acostumbrados a que los profesionales extranjeros pasen una temporada y luego se vayan. «La profesora de francés nos contó que habían venido muchos españoles y portugueses, pero se habían ido casi todos. Ellos te forman y valoran que te quedes». Una vez dominado el idioma, Suiza se convierte en una opción apetecible porque allí las condiciones son mejores.

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