La enfermera pocitana que ayudó a vivir hasta después de su muerte
Beatriz Salas murió tras un accidente automovilístico cuando regresaba de un auxilio. Donó sus órganos a otra sanjuanina que recibió uno de sus riñones. FAVIO CABRERA - Diario de Cuyo
'Quedate quieta, Betty', le decían sus compañeras de trabajo en el hospital de Pocito. Pero la enfermera Beatriz Salas (54) no podía con su genio y si no estaba atendiendo a un internado, salía en la ambulancia a una urgencia, como en la madrugada del miércoles. Pero el auxilio a un custodio asaltado y herido fue el último de su vida. La ambulancia en la que viajaba se estrelló contra un árbol y Beatriz murió un día después, por las heridas que sufrió. Sin embargo, esta enfermera pocitana, que durante 26 años se dedicó a ayudar a enfermos y salvar vidas en hospitales, siguió con su labor después de fallecida. Donó sus órganos y el destino quiso que uno de sus riñones lo recibiera otra sanjuanina, madre de familia y quien se dializaba desde hacía 10 años.
Beatriz trabajaba en el hospital de Pocito desde 1987, luego de ser trasladada del puesto de salud de La Rinconada donde dio sus primeros pasos como enfermera. Soltera, pero madre del corazón de tres sobrinos que sufrieron la muerte de su mamá, en su casa le decían Yaya, porque así la llamaba su hermano menor cuando aprendió a hablar. A sus tres sobrinos les ayudó a estudiar y el más grande, Claudio, siguió sus pasos en enfermería. Claudio trabaja en la Terapia Intensiva del Hospital Rawson y dolorosamente le tocó recibir a su Yaya cuando llegó en estado gravísimo tras el accidente.
Además del amor que sentía por su familia (era la mayor de cinco hermanos), le apasionaba su trabajo. En las mañanas trabajaba en el Vacunatorio del Cimyn (y hasta no hace mucho tiempo también en el Privado), mientras que en las tardes y noches hacía guardias en el hospital de Pocito. Siempre se ofrecía para trabajar para las fiestas de fin de año o para reemplazar a alguna compañera. 'No paraba, hacía hasta 4 ó 5 guardias seguidas y jamás, pese al cansancio, perdía el buen humor', contó la enfermera Lidia Céspedes, una de sus mejores amigas.
Vecina del barrio Río Negro, actualmente vivía con su mamá y el menor de sus sobrinos. Y no tenía problemas en levantarse de madrugada si un vecino le pedía que colocara una inyección o tomara la presión.
Con esa vocación de servicio, desde hace años que había decidido donar sus órganos y su familia respetó su voluntad. Y ayer, Graciela C. (se reserva su identidad) recibió uno de sus riñones, el mejor regalo que pudo tener a poco de celebrarse el Día de la Madre tras una implacable insuficiencia renal crónica.
Graciela estaba en primer lugar de la lista de espera del Incucai y fue una coincidencia que se unieran estas dos sanjuaninas por el trasplante, que se hizo ayer en Mendoza (no fueron informados las demás personas que recibieron el otro riñón, el hígado, las córneas y las válvulas cardíacas). 'Se desvivía por los demás y aunque ya no la tengamos más con nosotros, sabemos que dejó vida por ahí. Y eso nos reconforta', dijo Miguel, uno de sus hermanos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario