4 dic 2016

El bálsamo del amor



AMAGÜEY.- Nilda es el buen presagio del día. Temprano en la puerta del círculo infantil está repartiendo abrazo y beso sin excepción. Sabe bien los nombres de los niños, y con esos nombra doble porque eleva a la mejor de las identificaciones, cuando se es La Mamá o El Papá de… En las prevenciones sin fijo horario respeta su tiempo de jugar como la más pequeña en el piso, en dichosa burla a los 56 de edad. Todo en ella, hasta los regaños a los padres, la hace tremendamente "querible".

Su vida está marcada por las señales de lo primigenio. Nació el 14 de agosto, cuando pañales usaba la Revolución Cubana, porque el triunfo apenas tenía 19 meses. Hoy suma los grados posibles en su especialidad, del nivel técnico a la licenciatura, con la cualificación de enfermera neonatóloga. Mas el título de su vocación lo ganó desde la infancia en su hogar camagüeyano y obrero.

"Quería ser enfermera de animales. Según mi mamá lo correcto era decir técnico veterinario. En el patio velaba los nidos de gallinas y patas, para a los 21 días ayudar con mis manos a salir del cascarón. Cuidar para mí sigue siendo eso".

—¿Cómo llegas a la medicina profesional?

—En noveno grado también optaba por Estomatología y Médico Veterinario, y por suerte me llegó Enfermería General. Pasé un susto al rectificar la matrícula en las oficinas de Salud Pública, entonces en áreas del Hogar de Ancianos, frente al parque Finlay. Mi boleta no aparecía. Empiezo a llorar. Nos atendía la seño Enia López, amiga de mi mamá. Como podía volver a matricular, me sugiere que lo haga para enfermera pediátrica. Entonces mi corazón da un vuelco de alegría.

—Eres de una graduación afortunada…

—El primer año lo cursé en "San Juan de Dios", lo que es ahora el museo; el segundo, en el Instituto Politécnico de la Salud; y el tercero en la Escuela de Enfermeras. Nos graduamos con el Comandante en Jefe, en 1980 en el Instituto, con el privilegio de salir directo para la Universidad. Antes se pasaba un semestre en la Facultad Obrera para lograr el grado 12 (bachillerato). Trabajé en el Hospital Pediátrico; siete cursos en el círculo infantil Alegrías del Hogar y llevo tres en Cestico de Rosas.

—¿En cuál momento sentiste la forja de lo que te gusta con lo que haces?

—Desde estudiante, con 17 años de edad. Mi primera rotación de Enfermería Pediátrica fue en un círculo infantil, en el Manuel Zabalo, dispuesto para internos. Lloré mucho en mi casa. "Ay, hija, no te gusta?". "Sí, me encanta. Quisiera traer a casa a esos niños sin mamá". "Basta con que se sientan bien contigo". Eso me dio el alimento. Sabiéndome más útil desarrollé la profesión con anhelo.

—¿Cuánto de urgencias tiene tu función en el círculo?

—El círculo es para los niños sanos, pero por pequeños son vulnerables. Presentan vómitos, fiebre, diarrea, caídas de sus pies. Ante tales situaciones accionamos con el infante bajo nuestro cuidado y observación hasta la llegada de la familia.

—A los padres "de estreno" les ofreces una bienvenida peculiar, ¿por qué?

—La educación preescolar tiene características especiales. Los niños comienzan el proceso de adaptación entre los 14 y 16 meses, por lo que tienen necesidades concretas: alimentarlos, asearlos... Nuestro trabajo se encamina a orientar sobre los hábitos de vida, el reglamento de la institución y al apoyo psicológico a la familia, sin dejar de mencionar el desempeño eficiente del educador.

—¿Cómo es un día tuyo en "Cestico de Rosas"?

—De felicidad. Mi alegría se completa al verlos ir y venir llamándome por mi nombre, ver cómo aprenden, y con el orgullo de que han sido cuidados con amor y desvelo.

—¿Qué te preocupa de los padres?

—Que se vayan con insatisfacción o duda por no entender o no gustarles lo que digo.

—La "seño Nilda" es imagen familiar para cientos de niños. ¿Cómo los contienes a todos sin que se pongan "celosos" en tu hogar?

—Mis niños se van conmigo dentro de mí. En la casa hablo de ellos, de lo que hacen y dicen, desde el beso y el buenos días hasta el adiós de la tarde. Tengo una familia maravillosa: mis padres, mi hijo, mi esposo, sin la que no hubiera podido ser enfermera de círculo infantil. Por eso te aseguro que no hay celo.

—Estás destinada a curar, pero, ¿cuál ha sido la mejor cura para ti?

—La satisfacción de mi trabajo para con los niños, el sentir que me llaman cuando paso por una calle y dicen "la seño de mi círculo", y saber que con mi amor ayudé a aliviar el llanto o dolor que pudo tener un día.


—¿Conoces un bálsamo para la consternación por Fidel?

—Ninguno. Él es célula fundamental de nuestra sociedad. Aprender a vivir con ese dolor nos va a costar mucho a los cubanos. Estaba en Esmeralda. Lo supe por teléfono: "De salud estoy bien, del alma, no, tratando de soportar la noticia de la muerte de Fidel". "Mamita, no lo esperábamos, pero sabíamos que pasaba por una enfermedad desde hace años. Tenemos la alegría de su vida mucho tiempo más".

—¿Podrán amarlo estos niños que no tienen conciencia de sí mismos?

—No es difícil. Yo nací en 1960. No conocí a Martí, pero lo amo porque me formaron en su doctrina. Ellos pueden crecer con el Comandante. Esta generación del futuro va a amar la doctrina de Fidel, porque es lo que nos legó.

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