8 oct 2018

La incansable enfermera que dejó su huella en Mariano Moreno

Coca Araneda se despidió del hospital local tras 37 años de trabajo y recibió el cariño de muchas personas 

POR FABIAN CARES / regionales@lmneuquen.com.ar

Con la satisfacción del deber cumplido y con 37 años de servicio sobre sus espaldas, hace un par de días Jaqueline Araneda, más conocida por todos en el pueblo como Coca, vivió su última jornada laboral rodeada del afecto de sus compañeros y del respeto y la admiración de todos los pacientes que por última vez recibieron sus atenciones

Fue una suerte de homenaje o de premio después de haber dedicado tantos años a curar y aliviar el dolor de muchos pobladores.

"En el camino dejo muchos amigos, doctores, enfermeros y demás integrantes del hospital. De todos aprendí lo mejor", contó con orgullo Coca, en la guardia. Dijo también estar agradecida de los pacientes de aquí y de allá que alguna vez recibieron sus atenciones. "Todos ellos, de alguna manera, siempre marcaron mi vida", señaló. Y agregó: "A ellos, más allá de curarles las dolencias, muchas veces los ayudé humildemente a curar sus almas".

Coca estudió para ser enfermera por pura vocación y por motivación de su madre, Clarina Mellado, de quien heredó su estirpe solidaria.

Su madre llegó a Mariano Moreno en compañía de su padre, Juan Antonio Araneda, desde los pagos de Loncopué. Don Juan arribó con sus nueve hijos a este lugar a ocupar su puesto en la Comisaría 34ª.

Así fue que Coca ingresó al hospital con apenas 18 años, en forma precarizada, en 1981. Años después pudo conseguir la estabilidad laboral.

Trabajar de enfermera en aquellas épocas era algo difícil, ya que había muchísimas cosas por hacer. 

n aquellos días ser enfermera era un tanto difícil, había que hacer prácticamente sola todas las actividades del hospital, como dar fichas, hacer las guardias y cubrir las derivaciones. Además, nuestra labor fundamental era asistir al único médico que atendía en el hospital", contó.

También refirió que "los medios y recursos eran un tanto escasos y había que ingeniárselas para que nada faltara y poder cumplir la función de la mejor manera y, por supuesto, ofrecer la mejor atención a los pacientes".

"Antes quizás era mejor en el aspecto de que no había tantas limitaciones como ahora en cuanto al funcionamiento de la enfermería, y eso sin dudas me ayudó a crecer como profesional", señaló Coca.

"Cuando empecé a trabajar en el hospital, me encontré con grandes personas como el doctor Walter Biagini, las enfermeras Clotilde Campos, Eva Badilla, Edith y Mirta Belabarba, las mucamas Norma Bastías y Teresa Carinao, y el chofer de ambulancia Emilio Rubilar", recordó, y agregó: "Con el tiempo ellos se transformaron en maestros y amigos de la profesión". Más tarde fueron dejando de alguna forma la actividad y ella se quedó. "Me tocó a mí ser la anfitriona y abrirles la puerta a todos los que hoy trabajan en mi querida institución", refirió.

Apenas unos minutos antes de que el reloj marcara las 22 del viernes 28 de septiembre, Coca dijo: "Hoy mi partida es como una licencia sin fecha de retorno, pero siempre estaré volviendo". Ese día y esa hora le pusieron un punto final a una carrera impecable que comenzó a los 18 años como enfermera auxiliar y que, con múltiples capacitaciones y ganas de superación, le dijo "hasta siempre" a la salud pública con un título de Licenciada en Enfermería bajo el brazo.

Coca Araneda no sólo se dedicó a curar las dolencias de los pacientes, también fue una importante guía espiritual para quienes lo necesitaban.

Ya cuando Coca salía del hospital Carlos Burdes fue sorprendida gratamente por la mayoría de sus compañeros y en ese momento los choferes de las ambulancias la honraron con un pronunciado toque de sirenas. Allí también estaba Mirta "Tita" Belabarba, a quien Coca definió como su "maestra en la profesión".

Sin dudas Coca, la enfermera del pueblo, hoy es toda una institución en sí misma. Es una mujer que hizo de su profesión una religión. Sus manos sanaron heridas, pero su oído, sus palabras y sus abrazos curaron almas y corazones desahuciados. Se fue llena de amigos y con un legajo sin tachaduras ni enmiendas.

Coca verá la salud desde otra perspectiva, pero sin dudas su corazón y su eterna vocación siempre le estarán pidiendo volver. Dejó una huella imborrable en la memoria colectiva. Hoy el pueblo de Mariano Moreno reconoce y valora su enorme trayectoria. Ahora seguramente va a descansar, a disfrutar de la familia y los afectos y, sobre todo, a cosechar los frutos de todo el abnegado trabajo que desplegó por tantos años con amor y vocación. 

 

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