28 may 2012

Sinfonía de vida ilumina las salas del Materno Infantil

10:57 am  - Carolina Yarzon: redaccion@laprensa.hn

En el hospital sampedrano llegan al mundo miles de hondureños al año.

San Pedro Sula,

Honduras

Los quejidos de las parturientas que con inmensurable esfuerzo intentaban dar a luz a sus hijos se confundían con los llantos de bebés que ya habían llegado al mundo.
En la sala de partos del área materno infantil del hospital Leonardo Martínez hay una vorágine cotidiana.

El año pasado nacieron en este hospital casi 15 mil hondureños, que forman parte de los 220 mil niños, aproximadamente, que cada año nacen en Honduras. Rondaban las 10:30 am cuando llegamos al lugar y nos proveyeron de indumentaria estéril para no contaminar el área. Las expectativas eran muchas, pero nunca imaginamos que iban a nacer tantos bebés en el transcurso de nuestra presencia en el lugar.  Aún recorríamos el área donde íbamos a permanecer 24 horas cuando ya había una adolescente de 16 años pujando en la silla de parto. Luego de unos difíciles minutos, la joven madre tuvo un hermoso varón, que pesó 2.450 kilogramos. Eran las 10:55 am.

En la revisión de rutina de los recién nacidos, Lourdes Chévez, pediatra de turno, pudo apreciar una anormalidad en la pierna del niño, al que se le diagnosticó pie equino, malformación congénita que afecta entre 150 mil y 200 mil bebés al año en el mundo.

Durante nuestra permanencia en el hospital, siete partos de 30 fueron de madres adolescentes cuyas edades oscilaban entre 14 y 18 años; las estadísticas del hospital hablan por sí mismas. De todos los partos y cesáreas de 2011 en el hospital Leonardo Martínez, 5,050 fueron de madres adolescentes, de un total de 14,948 nacimientos.

En Honduras, el 38% de las adolescentes son madres.

Lo que asombra a los médicos es la tendencia de disminución de las edades en que las jovencitas se embarazan. "Ya no asombra ver parir a una adolescente de 15 años. Ahora vienen incluso niñas de 11 años", aseguró Secundino Rivera, ginecólogo que se encontraba de turno.

El área de partos consta de tres salas destinadas a tal fin y siete sillas de parto que a veces resultan insuficientes, pues cuando todas están ocupadas las mujeres dan a luz en la cama del área de preparto.

La sillas o "burras", como las llaman los médicos, de estas características intimidan a cualquier mujer... las pierneras y las palancas laterales, utilizadas por las madres para sujetarse mientras pujan, tienen aspecto de instrumento de tortura.

Cada mujer se subía a la silla de parto con aire de visible resignación. Después de todo, el fin era lo suficientemente válido: ser la artífice de una nueva vida.

Todas las enfermeras coincidieron en que hay épocas con más nacimientos que otros meses del año. En septiembre, octubre y noviembre, la sala de partos está llena de mujeres que dan a luz, "ahora no es nada. Hay meses en que brotan como palomitas", afirmó una enfermera. Transcurrían las horas y con ellas los bebés que nacían, "¡siga, siga pujando... vamos, madre!", gritaba el personal que asistía a la "casi" mamá.

 La misma escena se repetía una y otra vez, algunas aguantaban los dolores en silencio y otras se desahogaban en gritos interminables que el personal intentaba detener. "Utilice la fuerza para pujar. ¡Si grita, le quita oxígeno al bebé!".

Al fin llegó un momento de sosiego. Eran las 3:00 pm y Mercedes Guzmán, auxiliar de limpieza del área de partos desde hace ocho años, se disponía a limpiar la sala donde las mujeres alumbran.

Al observarla, pensé en lo difícil de su trabajo. Con apenas unos cortos guantes de látex, Mercedes tomaba los recipientes de las sillas de parto, donde se depositan el líquido amniótico, la sangre y la placenta que recubre a los bebés dentro del vientre de la madre.

 La mujer tomaba sin reparo los coágulos y placentas para asear los recipientes.

"Cuando comencé a trabajar aquí no podía comer. Me acordaba y todo me daba asco. Me acostumbré y para mí es algo común", afirmó la señora, que más tarde saboreó un sándwich.

 Durante el día hay tres turnos de médicos, enfermeros y estudiantes que se dividen la ardua labor cada seis horas. En el turno de la noche, el personal trabaja 12 horas.

Algunos permanecen en labores 36 horas, en turnos que se rotan cada cinco días. Dentro del área hay vestidores con camas para que el personal descanse, pero son pocas; casi siempre hay que esperar en caso de tomar una siesta. Eran las 4:00 pm cuando el movimiento comenzó nuevamente: una niña y un varón venían en camino.

Todo el personal coincidió en afirmar: "Pareciera que los bebés se pusieran de acuerdo", ya que hay momentos en que no hay partos, pero cuando nace uno comienzan a nacer más y así lo pudimos comprobar. Siempre que ingresaba una mujer en sala de parto comenzaban a llegar más y daban a luz una junto a la otra. Luego de nacer, los bebés permanecen en una pequeña salita de neonatos donde los supervisan durante una hora, les suministran vitaminas y gotas oftálmicas, los pesan y les toman medidas.

En esa sala había dos cunas de acrílico donde colocaban a los recién nacidos que permanecían como una camada de cachorros desnudos, uno junto al otro. Arriba de la cuna, un artefacto los proveía de calor para que no sintieran el cambio brusco de temperatura, ya que en el abrigo del vientre materno el niño se encuentra a una temperatura que ronda los 37.5 grados centígrados.  

Las horas se hacían largas. Los estudiantes bromeaban entre ellos mientras había un respiro entre parto y parto. "Aquí se pierde la noción del tiempo y el contacto con el mundo exterior", relató Isaac Marriaga, estudiante de quinto año de la Unicah (Universidad Católica de Honduras). En la sala de preparto se avizoraban nuevos nacimientos.

Allí, los latidos cardíacos del feto son monitoreados al mismo tiempo que se controla a la madre. Mientras, del otro lado de la pared, las puérperas que ya dieron a luz reposan en observación durante dos horas, previniendo que se presenten sangrados o descompensaciones. Nuevamente, un aluvión de bebés quieren salir al mundo. Ya son las 6:00 pm y cuatro mujeres ingresan en la sala de parto. Esa vez, la rutina no fue la misma. Uno de los partos se complicó. El niño había aspirado meconio —primera materia fecal del bebé— dentro del útero y unos segundos de demora hacían la diferencia entre la vida y la muerte.

La solución era aspirar al niño antes que el meconio llegara al pulmón. Las enfermeras corrieron. La tranquilidad con que manipulaban a los recién nacidos no era la misma. Reinaba el nerviosismo. Observábamos desde afuera. No queríamos estorbar las labores mientras atendían al bebé. Finalmente, las prontas maniobras fueron efectivas. El niño tomó una bocanada de aire y con ella un soplo de vida. Dimos un suspiro de desahogo y el nerviosismo se transformó en alivio.

Eran las 8:00 pm. Algunas enfermeras estaban en el vestidor conversando por celular con sus parejas y otras se ponían al día con sus colegas entre animadas pláticas. Los estudiantes aprovechaban los momentos de tranquilidad para estudiar. La noche transcurría lenta y pesada. Nos acercamos a enfermería y nos encontramos con todo un personaje quien ya saliera en páginas de LA PRENSA, Rigoberto Martínez es enfermero y bombero, electricista y soldador. Un sinnúmero de anécdotas relatadas por Rigoberto amenizaron las horas y nos acortaron la noche. Al filo de una nueva jornada llegaron otros dos niños al mundo y el ritmo que tomaba la vorágine parecía una pieza musical, entre pausas y aceleraciones, el llanto de los recién llegados al mundo y los quejidos de las madres, toda una sinfonía de ritmos sincopados.

De repente, un diminuto bebé apareció por los pasillos, eran las 3:00 am y una niña se quiso adelantar naciendo en su casa.

Para Yamileth Figueroa, era una noche como cualquier otra. Aún faltaban varias semanas para que se cumpliera la fecha de parto. Comenzó a sentirse mal. La niña no quiso esperar. Yamileth (31) tiene otros dos niños: un varón de 14 y una niña de ocho. "Los niños se asustaron, vieron el movimiento y se levantaron. La bebé nació rápido. La envolvimos en una sábana y mi esposo me trajo", relató. La pequeñita pesó 1.900 kilogramos (4.1 libras) y según la pediatra nació con 33 semanas de gestación.

Rayaba el amanecer y los gritos de una jovencita estremecieron el silencio de la noche: "¡No puedo más, ayúdenme!". Tenía solo 14 años. El parto parecía imposible. Al menos dos horas, la adolescente estuvo gritando. Se negaba a dar a luz.

Finalmente, el ginecólogo le habló firme pero tranquilo. Al fin, el niño salió. El alivio no fue solo de la joven, sino de todos, al ver que el bebé llegó en buenas condiciones de salud. Otro sol, una nueva jornada y vidas que se asomaban al mundo. Eran las 7:00 am. Los turnos se rotaban, nuevamente listos para ser partícipes y testigos del milagro del nacimiento de un nuevo ser.

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